25 de septiembre de 2002. Irkutsk, Siberia (Rusia)
Miles de testigos observan asombrados un gigantesco meteorito. Lo describen como una gran esfera luminosa. Primero se presenta como de color blanco, pero posteriormente se convierte en azulado y finalmente adquiere tonalidad rojiza. Al mismo tiempo que se produce la observación se registra un inmenso estampido sónico. Instantes después, la caída del meteorito genera un leve movimiento sísmico que fue captado por la Universidad de Irkutsk. Gracias a ello se logra localizar el punto exacto del impacto.
Los efectos del paso del meteorito fueron de lo más extraño. Una buena referencia para demostrarlo es lo que ocurrió en el aeropuerto de Mama, en donde se cortó el suministro eléctrico tras el paso del meteorito, que provocó, según los empleados de las instalaciones, luminosidades en los postes eléctricos. Según los expertos, este hecho se debió a que el meteorito generó algún tipo de corriente alterna que cargó de electricidad algunos puntos sensibles que actuaron como receptores.
Este y otros hechos hicieron que los habitantes del lugar recordaran otro extraño incidente ocurrido allí mismo en 1908, cuando una enorme bola de fuego estalló sobre Tungustka, una región siberiana próxima a Irkutsk. Las investigaciones – que todavía prosiguen – desvelaron que los índices de radiactividad en la zona eran equivalentes a una treintena de bombas atómicas. Mientras, en el epicentro de la explosión – que se produjo a unos pocos cientos de metros sobre el suelo, después de que la misteriosa bola de fuego efectuara un sospechoso giro – sólo se localizaron miles de árboles tumbados, pero ningún cráter. Un siglo después, el suceso sigue sin tener una explicación clara.
Un equipo de investigadores capitaneado por el físico Vadim Chernobrov decidió investigar este nuevo hecho. A medida que su grupo recogía datos, las evidencias fueron haciéndose de lo más extrañas. Algo que llamó la atención al investigador fue el elevado índice de urgencias hospitalarias en la ciudad más próxima al lugar del impacto. Esas urgencias se registraron en las doce horas siguientes al paso del meteorito. Curiosamente, todos los problemas de salud reportados por los pacientes estaban asociados a la tensión arterial.
El investigador también descubrió que, una semana después del suceso, se registraron numerosas afecciones en los habitantes de Bodaibo. El elevado índice de problemas de salud duró aproximadamente seis meses. Tras analizar a muchos de ellos, Chernobrov averiguó que aquellos pacientes sufrieron efectos muy similares a los resultantes de una exposición a radiactividad. Además, sus equi0pos de medición comprobaron cómo, durante varias semanas, los índices que la registraban marcaron niveles del doble de lo habitual en la zona.
No fue tarea sencilla para Chernobrov localizar el epicentro del impacto. Tardó diez meses en lograrlo. Estaba localizado en una zona prácticamente inaccesible. Cuando llegó allí con sus colaboradores encontró algo sorprendente, algo que jamás antes había pasado…
Localizó en la zona hasta veinte cráteres, cada uno de los cuales medía unos veinte metros de diámetro, lo que indicaba que el meteorito se había fragmentado antes del impacto. Sin embargo, no halló restos de la “piedra” que provocó semejante devastación.
En su informe final, el investigador concluyó que la caída de aquel meteorito presentaba enormes anomalías. Por su aspecto y tamaño deberían haberse encontrado restos físicos del bólido. Sin embargo, dichos restos se esfumaron. tampoco era habitual que aquello hubiera generado efectos electromagnéticos mientras sobrevolaba Siberia, pero lo más sorprendente de todo es que el artefacto dejara tras de sí efectos radiactivos. Se trataba, sin lugar a dudas, de un episodio muy similar al de Tunguska. En definitiva, un nuevo expediente secreto en la Rusia más oriental y desconocida…
Otras investigaciones calculan la potencia de la explosión desde medio kilotón hasta 5 kilotones y hacen referencia a la entrada en la atmósfera del núcleo de un cometa que tendría un diámetro de entre 50 y 100 metros, compuesto de metales pesados que habrían entrado en fisión al penetrar en la atmósfera terrestre.
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