La leyenda del sacamantecas es una de esas que ha perdurado en el boca a boca del pueblo llano durante más de un siglo. En nuestros días, esta historia ha quedado como un viejo mito, pero durante muchas décadas, esta terrible historia aterrorizó a los niños y no tan niños de toda España.
En gran parte, por culpa de los padres, que encontraron un filón en ella para mantener a sus hijos a raya inculcándoles en lo más hondo de su imaginario que en el momento menos pensado, un ser monstruoso aparecería para secuestrarlos si permanecían en las calles a horas poco adecuadas o incumpliendo las órdenes de los progenitores. Incluso se llegó al punto de poder convocar al sacamantecas a placer, amenazando a los niños con que vendría a llevárselos si no se portaban bien.
El mito tiene orígenes reales, aunque curiosamente, tan solo un niño fue asesinado por los precursores de esta leyenda. Los sacamantecas, u hombres del saco fueron asesinos de principios del siglo XX. El principal fue Juan Díaz de Garayo, un rudo agricultor Alaves, con rasgos físicos más típicos de un homínido primitivo que de una persona de esa época.
El tal Díaz de Garayo fue un asesino y violador de mujeres, en su mayor parte prostitutas, a las que rajaba el vientre de forma atróz. Declaró seis muertes, aunque se piensa que fueron muchas más por lo espaciado de algunos de sus crímenes. Como anécdota y para imaginar el rostro y los rasgos tan inusuales y terroríficos de este hombre, su captura se debió a que una niña, al cruzárselo por la calle y ver su horrendo rostro, imaginó que alguien con ese aspecto debía de ser el sacamantecas que estaba azotando con sus crímenes aquellas tierras y se puso a gritar señalándolo. La gente, pensando que el hombre había intentado algún tipo de abuso sobre la niña, lo llevó al cuartelillo, donde Díaz de Garayo se vino abajo y confesó sus crímenes. Al final, fue condenado a muerte a ajusticiado en Garrote Vil.
Pero el apodo de Sacamantecas, viene de casi un siglo antes y el su artífice es Manuel Blanco Romasanta, conocido también como el hombre lobo de Allariz. Este personaje nació en el año 1809 en un pueblecito de la Galicia profunda. Primero fue sastre hasta que enviudó y se dedicó a la venta ambulante de untos o grasas (Durante mucho tiempo, los untos se usaban para el engrase de ruedas de carro y mecanismos diversos, como molinos y norias). En este punto es cuando fue acusado por los lugareños de que las grasas que vendía eran de origen humano y fue acusado y condenado por la muerte de un alguacil. Aquí comienza la rocambolesca historia de este hombre que se escapa de la justicia y durante su búsqueda, asesina a nueve personas más infringiéndoles terribles heridas con sus propios dientes e incluso comiéndose parte de sus cuerpos al más puro estilo del hombre lobo.
Al final fue detenido y condenado a muerte, pero un hipnólogo francés pidió a Isabel II, que revisara la causa y le permitieran estudiar lo que era un claro caso de Licantropía, un desorden psicológico bastante desconocido en la época. La pena de muerte se transmutó en cadena perpetua. Romasanta moriría años después cumpliendo condena en la cárcel de Allariz.
A estos dos casos, se une el del crimen de Gador, que une la leyenda del hombre del saco a la del sacamantecas. Este asesinato sucedió en el verano de 1910, en un pueblecito muy cercano a Almería. Francisco Leona, un curandero con pocos escrúpulos, ayudado de Julio “el tonto”, un personaje con pocas luces de la zona, secuestraron y mataron a un niño de siete años con el único fin de extraer su sangre y su grasa, para usarlos en la cura de un tercer hombre enfermo de tuberculosis llamado Francisco Ortega “El Moruno”. Según Leona, la sangre y la grasa de los niños tenía muchas aplicaciones terapéuticas, siendo la sangre regenerativa contra la vejez y diversas enfermedades y los emplastes de grasa todo un milagro contra la tuberculosis. Los tres elementos fueron condenados a muerte.
El caso es que el cocktail terrorífico de todos estos casos, dieron lugar al mito del temible sacamantecas que durante más de setenta años fue el talón de Aquiles de todos los niños españoles, doblegando sus rebeldías a gusto y placer de los padres. Hay que pensar que la comunicación en aquellos años no era tan fluida como ahora y que las noticias llegaban a los pueblos en muchos casos magnificadas y deformadas por los portadores, viajantes y mercaderes que se quedaban con las escenas más espectaculares que escuchaban en sus viajes, creando sus propias historias. También es cierto que durante el paso de las décadas, otros casos ayudaron a mantener estas leyendas en el candelero, como el de Enriqueta Martí, que no está tomada como precursora de este mito, pero a mi entender es la que mejor lo representa porque éste sí que fue un caso real en el que muchos niños fueron asesinados para sacar sus grasas y venderlas en un mercado negro muy floreciente en la Barcelona de 1912.
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