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Árboles de vida y muerte


Yo soy de los que opino que el cuerpo no es más que un contenedor que, tras la muerte, vale para poco más que abono para las plantas. Debatir sobre qué hacer con él sería comenzar un diálogo estéril ya que por mucho que se diga, pruebas de que nos valga de algo en el otro lado no hay ninguna. Sea como fuere, el conservar o no los cuerpos de los difuntos y los modos de hacerlo son muchos y dispares y se adaptan a tiempos y culturas. Veamos hoy uno de ellos que quizás os sorprenda.

Visitamos a los Toraja, unas gentes que viven en Tana Toraja, Indonesia, y que tienen unas tradiciones de lo más curiosas. En su cultura, la muerte y la vida se mezclan en una serie de rituales ancestrales. Los adultos, al morir, pasan una temporada a la intemperie, en un lugar específico y rodeados de unos árboles en concreto, que según la tradición purifican el espíritu a modo de filtro místico. Los restos van luego a un lugar excavado en la roca con estatuas representativas de los difuntos, que como si estuviesen en un balcón con vistas, permanecerán allí hasta que el tiempo reduzca a astillas sus tallas de madera. Pero lo más interesante es quizás el entierro que se guarda para los niños a los que todavía no les han salido los dientes, que para los Toraja todavía forman parte del ciclo de la naturaleza, ya que todavía no tienen un destino en la vida. A estos pequeños se los introduce en el interior de un árbol, en postura vertical, rellenando el hueco con huevos a modo de ofrenda.
Estos árboles mortuorios se usan para distintos enterramientos, siempre con la precaución de realizar las tumbas justas para que el árbol no muera y creando de este modo una especie de ciclo regenerativo natural.
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Los Toraja creen que los muertos tienen una forma de vida contraria a los vivos. Caminan cabeza abajo, hablan al revés, y las cosechas perdidas significan comida para los muertos.
Y a todo esto, digo yo si no sería mejor, o por lo menos más bonito y natural, que en los primeros años de vida plantáramos todos un árbol, y que en su tronco se nos enterrara (o enarbolara) al morir. Que mejor es plantar árboles que cortarlos para hacer ataúdes. ¿O no?

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