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Tras la frontera de la civilización


Quiero iniciar con este hilo un recorrido por algunos de esos lugares de la tierra que yacen olvidados detrás de las fronteras de la civilización, demasiado alejados e inhóspitos para girar a la par del resto del mundo, allí donde lo cotidiano es lo extremo o la presencia humana es extraordinaria. A pesar de su aislamiento, o tal vez debido a ello, todos estos lugares han despertado en el hombre la curiosidad y la fascinación, el deseo de saber de ellos y de plantar su huella.  En definitiva, todos aquellos sitios a los que uno no puede viajar simplemente dirigiéndose a su agencia de viajes más próxima y comprando un billete.
¿Me acompañáis?

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Shoyna

Al ver estas imágenes por primera vez, uno podría pensar que se trata de alguna aldea parcialmente engullida por las arenas donde el desierto del Sáhara va a encontrarse con el océano, o en las costas de los mares interiores de las inmensas estepas del corazón de Asia, bajo un sol inclemente que deteriora todo lo que toca. En cualquier lugar… menos en el Círculo Polar Ártico.
Y efectivamente, así es. Se trata del asentamiento de Shoyna, situado en la península de Kanin, en la costa norte de Rusia y a orillas del Mar Blanco. Exactamente donde uno esperaría encontrar cielos siempre cubiertos, extensas tundras permanentemente heladas y fauna polar.
Su nombre lo dice todo. Este lugar está enclavado en la desembocadura del río homónimo, cuya traducción es abandonado u olvidadoSin duda merece tal designación.
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A Shoyna no llegan carreteras ni ferrocarriles, y las únicas formas de llegar hasta allí son por mar o por aire, si podemos considerar aeropuerto a una polvorienta pista de tierra de seiscientos cincuenta metros de longitud.
La historia de este lugar es como poco inquietante. El pequeño poblado fue fundado en los años 30 del pasado siglo, debido a la presencia de ricos bancos pesqueros y todo tipo de fauna marina que aseguraría el futuro de sus habitantes, los cuales llegaron a sumar aproximadamente 1.500 durante la época de mayor prosperidad, en los años 50.
Más de setenta barcos se encargaron de capturar el pescado que obtenían en la aldea, barcos que cometieron el inmenso error de utilizar devastadoras redes de arrastre que destruyeron completamente el ecosistema submarino, liberando la arena del fondo del mar y siendo esparcida por el viento después de ser arrastrada a la playa. Como consecuencia de esto, la aldea comenzó a ser tragada por las arenas, que actualmente cubren aproximadamente la mitad de este asentamiento. El resultado podemos verlo en las imágenes, desoladoras, vacías, muertas.
Un dramático testimonio de un testigo de esta desolación nos indica que “incluso el cementerio está enterrado bajo la arena. Hace veinte años, lo único que se podía ver eran las cruces de las tumbas. Hoy, nadie cava a tanta profundidad. Para llegar hasta el suelo hay que excavar varios metros, de modo que los muertos se entierran en la arena. El viento al soplar retira la arena y deja los féretros al descubierto…”
Hoy en día, lo único que queda son casas semienterradas, un viejo faro aún activo y los esqueletos de los barcos que yacen en la costa, varados para siempre junto al mar, recordando a quienes pudieran observarlos lo traicionero de sus aguas. Y cubriéndolo todo, la omnipresente arena.
Actualmente, apenas trescientas personas quedan en este lugar. Todas ellas viven de subsidios y pensiones, ya que han dejado de explotar aquello que les llevó hasta tan remotas tierras. Aunque ahora ya sea tarde.
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