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Le Palais Idéal du Facteur Cheval

Hace un tiempo os hablábamos de Raymond Isidore y de la mansión Picassiette, un excéntrico personaje que levantó con sus propias manos, y sin ningún conocimiento sobre arquitectura o albañilería, una construcción realmente sorprendente. Hoy os hablamos de otro personaje un tanto similar que, al igual que Isidore, empleó buena parte de su vida en construir, piedra a piedra, su sueño arquitectónico.

Ferdinand Cheval era cartero de la villa de Hauterives, en el departamento de Drôme, en el sur de Francia, donde además se le tenía por el “tonto del pueblo”. Todos los días, lloviera o hiciese sol, Cheval realizaba la misma ruta a pie, recorriendo en solitario e inmerso en sus pensamientos, los 32 kilómetros de la zona de reparto que le había sido asignada.
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Ferdinand Cheval
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Él mismo contaba que en una de sus expediciones encontró una piedra cuya forma le inspiró el palacio; a partir de ese día se dedicó a recoger cuantas piedras encontraba mientras realizaba las entregas. Primero las guardaba en los bolsillos, luego en una cesta, y al final las transportaba en una carretilla.
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Inició la construcción de su “palacio ideal” en abril de 1879; levantar los muros exteriores le ocupó las dos siguientes décadas y el resto de las obras trece años más. Cuando las autoridades, como le sucedió a Raymond Isidore, le negaron la posibilidad de ser enterrado en ella – por entonces ya era un anciano de setenta y ocho años- , adquirió un terreno en el cementerio y dedicó los siguientes ocho años de su vida a construir su propio mausoleo, obra que finalizó veinte meses antes de que le llegara la muerte (en 1924, a los ochenta y ocho años).
El Palacio Ideal de Cheval es una estructura de 12 por 26 metros y 14 de altura. Los muros exteriores reflejan, en una abigarrada maraña, distintos tipos de edificios y estilos arquitectónicos, muchos de los cuales, según su autor, correspondían a visiones que formaban parte de sus fantasías infantiles. Los materiales empleados fueron piedras de forma curiosa, fósiles y arena, amalgamados con ayuda de cemento.
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La construcción recuerda, en cierto modo, a los castillos de playa realizados con pegotes de arena húmeda que se deja escurrir entre los dedos. Un estilo que se parece bastante a lo que Gaudí aplicaría después en la fachada principal de la Sagrada Familia.
La decoración interior está formada por esculturas de personajes tan diversos como Adán y Eva, Vercingetorix o Arquímedes, y por sentencias compuestas por Cheval y esculpidas en las paredes, casi siempre relacionadas con su proceso de creación. Una de ellas reza: “1879-1912. 10000 días, 93000 horas, 33 años de sacrificios. Si hay alguien más obstinado que yo, que se ponga a trabajar”.
En el lado este, la fachada principal está presidida por tres gigantescas figuras antropomorfas de piedra; junto a ellas hay una especie de construcción de aspecto egipcio. En el lado noreste se alza una gran torre rectangular, mientras que la fachada oeste está decorada con una serie de reproducciones en miniatura de construcciones diversas: un templo hindú, un chalet suizo, la Maison Carrée de Argel, un castillo medieval y una mezquita musulmana, sobre cuyo pórtico se lee: “Entrada al palacio imaginario”.
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Dado que Cheval nunca se alejó más de 50 kilómetros del pueblo, debemos suponer que se inspiró en postales de la época, quizá las mismas que repartía como cartero, para elegir los motivos. El interior está decorado con esculturas, relieves y sus propios poemas grabados en los muros.
La construcción fue declarada monumento histórico en 1969, por el entonces ministro de Cultura francés, el escritor André Malraux. Entre los ilustres visitantes que recibió se cuentan Breton y el grupo de los surrealistas y Dubuffet.
En la actualidad está abierta al público y desde 1994 pertenece al municipio, que a veces la utiliza como escenario de veladas musicales. Durante los meses de verano se organiza un espectáculo de luz y sonido que rinde homenaje a la obra y a su autor.
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Fotografías de Mélisande

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