Este hombre bonachón y afable con apariencia de Papá Pitufo al que sus pacientes adoraban encontró en la morfina su particular paraíso: por un lado la consumía y por otro mataba con ella a sus víctimas, normalmente con el fin de enriquecerse. Tenía mujer y cuatro hijos que le iban a visitar a menudo a la cárcel cuando fue encarcelado tras el juicio. Su mujer, Primrose, le adoraba y tampoco mostró ningún síntoma de arrepentimiento.
En 1976 fue suspendido como médico por falsificar recetas, pero un año después ya estaba ejerciendo.
En realidad, era un hombre frio y despiadado que empezó su carrera asesina matando a Eva Lyons antes incluso de ser condenado por el asunto de las recetas: en marzo de 1975. La asesinó en su consulta de Tordmoden. Posteriormente se trasladó a Hyde, donde eliminó a un buen número de pacientes en el centro médico hasta que abrió su propia consulta.
Ilustración de J.Button
Lo atraparon porque Angela Woodruff, hija de una de sus pacientes fallecidas, se dio cuenta de que el porcentaje de muertes entre los pacientes de Shipman era alarmantemente alto. Además, la mujer descubrió que Shipman había falsificado el testamento de su madre, Kathleen Grundy, de 81 años, ex alcaldesa de Hyde, con el fin de apropiarse de su fortuna, valorada en 600.000 euros. Conocía a la víctima desde hacía veinte años y habían trabajado juntos.
En marzo de 1998, una colaboradora del doctor, la doctora Lynda Reynolds, también empezó a sospechar de las numerosas muertes entre las pacientes femeninas del doctor. Todas eran mayores, vivían solas y habían muerto poco después de una visita a domicilio de Harold. Recurrió a un médico forense que informó a la policía pidiendo discreción. La autopsia de Grundy reveló que había muerto de una sobredosis de morfina. Cuando le interrogaron, Shipman esgrimió el historial médico de la paciente, donde aseguraba que podía estar consumiendo drogas. La policía logró demostrar que muchas de las anotaciones de ese historial habían sido realizadas el mismo día de la muerte de Grundy.
Shipman disimulaba las muertes de sus pacientes ancianas atribuyéndolas a causas naturales. Escribió en el historial médico de Grundy que era adicta a los tranquilizantes para cubrirse las espaldas, y que Maureen Ward, de 57 años, había muerto en febrero de 1998 de un tumor cerebral. El 80% de sus pacientes fallecieron sin que estuviera presente ningún familiar.
Mataba a sus pacientes con una inyección de una dosis mortal de morfina. Morían en 30 minutos y sin experimentar ningún dolor. Los psiquiatras que le trataron llegaron a la conclusión de que ese control sobre sus pacientes y sobre la vida y la muerte le excitaba.
También llegaron a la conclusión de que mataba a mujeres dinámicas que le recordaban a su madre, fallecida cuando él contaba con 17 años de edad, porque no podía soportar que ellas estuvieran vivas y su madre hubiera muerto.
El 31 de enero de 2000 fue condenado a 15 cadenas perpetuas por matar a otras tantas pacientes. En realidad, se sospechaba que podía haber matado a 260 personas, la mayoría de ellas mujeres. Se suicidó en 2004 si haber revelado nada de sus motivos ni mostrar síntomas de arrepentimiento. Su esposa siempre defendió que era inocente.
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